La gente me abruma. Me para por la calle. Quieren saber qué
le pasó a Antón tras la decepción de su cumpleaños. ¿Se quedó sin diente?, ¿Se
suicidó?...
Ante la presión a la que me veo sometido, le llamé, y me
contó:
Al día siguiente de mi cumpleaños decidí pesarme. Hacía mucho
que no lo hacía. Normalmente espero a ir al váter para pesarme, más que nada
porque gano 1 ó 2 kg, pero esta vez lo hice con el depósito lleno.
Pero con un diente menos.
Esto, claramente, falsea el resultado de mi masa corporal.
Pero, al fin y al cabo, ¿a quién cojones le importa lo que peso? Yo peso lo que
tengo que pesar para lo que como y lo que quemo.
Como mal, quemo peor.
Pero tengo
el peso suficiente como para que no se me lleve el viento ni los metros cuando
espero en el andén. El peso suficiente como para que alguien no tenga ganas de
empujarme a la vía.
Mi peso es algo que no me preocupa.
Porque es el que me
permite mi economía. La gente engorda más cuanto más dinero tiene, yo no soy
aparentador, así que mi peso va acorde con mis posibilidades.
Pero, viéndome en el espejo… necesito un “restiling”. Sí,
vamos, hacer algo de ejercicio. No sé… mejorar el equilibrio y un poco de masa
muscular. Porque la caída de la silla, a un tío equilibrado y con los brazos un
poco más fornidos… pues no le habría costado un diente.
Hablando del diente… pufff…. Menudo agujero, ¿no? No me
gusta. Paso de fortalecerme, pero necesito rellenar ese hueco. No por nada,
porque no me gusta mucho sonreír, pero es que se me escapa la comida al comer.
Y me pinchan los cereales mañaneros en la encía.
Nada, que hay que hacer algo.
Voy a preguntarle a la señora Felisa, que de dentaduras
tiene que saber. El año pasado tenía dos dientes y ahora tiene una barrera de
perlas blancas artificiales que quedan de culo, pero las tiene.
- “Buenos días señora Felisa”
- “Hijo, dime que has dejado las drogas”. Me dijo desde dentro, sin abrir la puerta.
Fuerzo una sonrisa para parecer algo simpático mientras pienso la respuesta...
- “Señora Felisa, yo…”, me interrumpe, porque
acaba de abrir la puerta y me ha visto bien.
- “¡HIJO, si se te ha caído un diente de meterte
la “cacaína” esa! No sé si echarte o darte un euro como a los drogaditos del
metro”.
- “Pero señora Felisa, mire, yo no me drogo, yo trabajo en el Metro soy…”, me interrumpe.
- “Pero señora Felisa, mire, yo no me drogo, yo trabajo en el Metro soy…”, me interrumpe.
- “¡Que te trabajas el metro!, eso me dicen
siempre. De verdad hijo, qué gasto más tonto hicieron tus padres con tu
educación”.
- “…”
- “Toma el euro y no vengas hasta que estés lozano
y hermoso”.
¿Qué se puede hacer contra eso?, nada. Porque si haces algo
vas a la cárcel seguro, y la pobre mujer, bastante tiene con lo suyo… digo yo.
Creo que me voy a ir a casa a oír un incunable de los míos.
Una música que anima a cualquiera: “La Macarena” a dúo versionada por Rosana y
Camela. Eso resucita a un muerto.
Y, entonces, aparece mi “querida” vecina. Sonriendo como si
le hubiera tocado la lotería. Pero… joder, con aparato. Pero si parece una
ferretería.
¿Qué cojones le han hecho? Si antes lo tenía crudo conmigo,
ahora ya…
- “¿Qué tal Antón?, ¿cómo va tu cabeza, tu diente…?
- “Eh… bien, todo bien… oye, ¿quién te ha hecho
eso en los dientes?”
Claro, se sintió avergonzada de que yo la viera así y me
dijo:
- “Pues, ¿a parte de que tengo uno más que tú, te
refieres? Pues que me he puesto aparato porque tenía un diente un poco desviado…”
- “Pues sí, tienes un diente más que yo pero eso
parece una chatarrería”.
- “¿EH?, bueno, al menos, como vas vestido de
chatarrero, nadie se va a extrañar, ¿no?”.
- “Oye, perdona, si no llevo Emilios Tuchi o no
tengo glamur no es porque no pueda, es porque no quiero. Yo no necesito
recurrir a eso. Cuando tengo un problema bebo y punto”.
- “Nunca lo habría supuesto…”, (ironía pura…).
¿Pero esta tía de qué va? Con un pantalón caído, deportivas
de colores, el pelo largo cayendo por un hombro y la camiseta de tirantes con
uno a medio poner. Con esas pintas tendría que avergonzarse de hablarme en ese
tono.
- “Mira, vecina. Si he venido aquí no es para que
me des lecciones, yo ya estoy de vuelta de todo”. Muy dignamente. “Lo que
quería pedirte no es una cucharada de sarcasmo ni un terrón de insultos… quería
saber si conoces un dentista que me arregle el estropicio que tengo en la boca.
Vamos, que me ponga un diente falso pero que parezca de verdad. Bueno, que no
parezca que se me ha caído”.
- “Bueno, pues puedes ir al mío”.
…
Fui al dentista. Un argentino que no paraba de hablar. Qué coñazo
de tío. A mí se me monta alguien en la cabina de mando de mi carro subterráneo
(el metro que conduzco) y no le doy esa turrada. Pero bueno, parece que lo que
me ha puesto funciona. Porque no se me ha caído aún y ya llevo unas horas. Lo
que pasa es que me da que no es el mismo diente que se me cayó. Me explico: que
no es el mismo tipo de diente. Parece un colmillo. ¿Otro?. Bueno, igual es lo
que se lleva ahora. Tengo que ensayar la sonrisa e ir a ver a doña Felisa… va a
alucinar. Y a ver si deja de pensar que soy un “drogadito”, como ella dice.
Puffff, y mañana a trabajar. Que han abierto una línea y me
toca ir de conejillo de indias. Como soy el que más tiempo lleva en el mismo
puesto en el curro, pues me toca ese honor. Yo encantado, porque explorar
siempre fue lo mío.
De pequeño fui explorador en el campamento de verano y,
después de perder a toda la agrupación y de tres lipotimias en el grupo, me
relevaron. Pero la naturaleza que descubrimos no tiene precio: zarzas, ortigas...; eso es lo que me
gusta de explorar. Que, aunque el destino sea incierto, por el camino aprendes
algo nuevo y, si no encuentras el camino, pues sigues explorando.
De hecho, un explorador bueno, no debe tener orientación.
Porque exploraría la mitad.
Son las 8, me voy a dormir, que mañana empiezo muy pronto la
nueva aventura. Espero que esté la vía terminada… no como la última vez.
1 comentario:
Cada vez entiendo menos a este Antón. Es simplemente ridículo...
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